Wednesday, August 15, 2007

ASAP!

Tal día como hoy hace una semana, una terrible tormenta me despertó a eso de las 6 de la mañana. Los relámpagos parecían atravesar las ventanas y colarse en mi habitación y caía tal cantidad de agua y con tal fuerza, que el ruido sobre los cristales era ensordecedor. Después de dar un par de vueltas en la cama me fui acostumbrando al ruido y me volví a dormir. Dos horas más tarde cuando me levanté para empezar el día, apenas llovía y cuando me asomé a la calle todo parecía normal. Por eso me llevé una sorpresa cuando encendí la televisión y estaban hablando de los destrozos que la tormenta había provocado, así como del caos en la circulación y transporte público.

En las dos horas que había durado la tormenta, de las 6 a las 8, habían caído 3,5 pulgadas de agua en JFK y 2,5 pulgadas en Central Park, o lo que es lo mismo, casi 9 cms y más de 6 cms, respectivamente. En Nueva York la hora punta matinal o "morning rush hour" va de las 6 a las 9 de la mañana así que el “timing” no pudo ser más desafortunado y a la hora en que todo el mundo se pone en movimiento para ir a trabajar, varias líneas de metro no funcionaban, los trenes de cercanías sufrían retrasos y en algunas zonas hasta había coches flotando en enormes lagos que había formado el agua de la lluvia. Al parecer, en Brooklyn la tormenta alcanzó la categoría de tornado y arrancó árboles del suelo destrozando algunos de los coches aparcados en la calle.

Cada pocos minutos actualizaban la información tanto en televisión como online en la página del MTA - la autoridad de transporte metropolitano - y de las principales televisiones. Así fue como supe que la línea de metro que debía llevarme al trabajo como cada mañana, era una de las que no funcionaba, los taxis estaban todos ocupados y los autobuses iban tan llenos que pasaban sin molestarse en parar. Con semejante panorama, decidí quedarme en casa un rato a esperar a que la situación se normalizara.

A las 10 ya no llovía e incluso empezó a salir el sol, los trenes de cercanías ya funcionaban y a eso de las 11 casi todas las líneas de metro, incluida la mía, estaban funcionando parcialmente y una hora más tarde a pleno rendimiento. En ese rato se sucedieron todo tipo de informaciones alarmistas cuestionando los sistemas de emergencia además de poner el grito en el cielo porque la gente no había podido llegar a trabajar a la hora. La situación provocó que el alcalde, Michael Bloomberg, tuviera que dar una rueda de prensa para explicar que no había por qué alarmarse, que la tormenta había sido más fuerte de lo que se había previsto en un principio, pero que la ciudad estaba perfectamente capacitada para reaccionar ante estas situaciones y que en pocas horas las cosas volverían a la normalidad, como así fue.

A mi modo de ver la situación se resolvió de manera milagrosamente rápida dando una idea del despliegue de medios y la eficiencia, pero no era suficiente, no para los estándares de aquí. Fue entonces cuando me di cuenta de la esencia del carácter norteamericano; por una parte tienen un sentido de la responsabilidad que no deja lugar a la pillería popular, muy mal vista por cierto, y por otra, son tremendamente perfeccionistas e impacientes por lo que a la menor están quejándose si algo no funciona a la perfección. En esto último los neoyorquinos son especialistas y probablemente por eso la ciudad funciona siempre a toda máquina, ofrece de todo, en grandes cantidades y a todas horas y, por supuesto, a nadie se le ocurre cerrar un domingo o un festivo. Es en definitiva, la cultura de la inmediatez por excelencia, del ASAP (as soon as possible) como dicen ellos.

A pesar de lo exasperante que pueda resultar a veces esa actitud para el que viene de fuera y del estrés que pueda provocar cuando en el trabajo exigen un altísimo nivel de perfección, dedicación y responsabilidad, no puedo dejar de preguntarme si no será precisamente esa manera de ver y hacer las cosas, esa mentalidad, lo que explica que este país sea una potencia mundial y Nueva York su capital económica.

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